miércoles, 15 de octubre de 2008

Charles Fort - Casos Ovnis años 1700-1800-1900

Estos datos los extraje de un libro Escrito por Charles Fort (El libro de los Condenados) en 191? algo... no sé exactamente pero debe haber sido escrito entre los 1910 y los 20.. recopila serie de casos extraños en el mundo (lluvias de objetos, piedras que chocan contra casas, planetas muertos, y etc etc..) pero lo mas impresionante es que ya antes de que el fenomeno Ovni empezara a ser conocido (recordemos que desde 1950 empieza todo nuestro fenomeno ovni actual), tenia datos que podrian ser clasificados como Ovnis en la actualidad.. el libro de Charles Fort reune todo tipo de fenomenos inexplicables para la epoca.. de ahi les extraigo este pequeño resumen... Datos ovnis en la fechas antiguas.
(la ultima parte de este pequeño resumen donde dice "visitantes" ya tiene casos que el mismo autor intenta identificar como naves extraterrestres).

Del articulo bautizado como "Angeles. Hordas y hordas de ángeles." cito lo siguiente:

...Puede que la Vía Láctea sea una composición de ángeles rígidos, helados, definitivamente estáticos y absolutos. Citaré casos de pequeñas Vías Lácteas desplazándose con rapidez, muchedumbres de ángeles no absolutos, pero sin embargo dinámicos...
...Estoy seguro de que los astrónomos han visto a menudo otras Vías Lácteas, de un orden inferior y dinámico. Puede ser, por supuesto, que los fenómenos de los que voy a hablar ahora no tengan nada que ver con los ángeles. Tanteo solamente, para determinar lo que es lícito aceptar.

En la Monthly Notices of the RAS, una carta del reverendo W. Read nos dice que, el 4 de setiembre de 1851, a las 9 y media de la mañana, vio una multitud de cuerpos luminosos rebasar el campo de su telescopio para evolucionar unos lentamente, otros con rapidez. Parecían ocupar una zona de varios grados de amplitud. La mayor parte se dirigían de este a oeste, pero algunos se movían de norte a sur. Su número era prodigioso y pudo observarlos durante seis horas «¿No podrían ser atribuidas estas apariciones a un estado anormal de los nervios ópticos del observador?», pregunta el redactor. En la misma publicación, Read insistió en el hecho de que, como un diligente observador que era, poseía instrumentos de gran calidad y una experiencia de veintiocho años. «Y, sin embargo -dijo-, jamás antes había visto nada semejante.» Y precisa que dos miembros de su familia vieron también los objetos en cuestión.

El redactor retiró la sugestión.

Sabemos lo que es de esperar. En una existencia esencialmente de hibernación podemos predecir el pasado, es decir, encontrar algo que haya sido escrito sobre el tema en 1851, para saber lo que hay que esperar más tarde de los Exclusionistas. Si el reverendo Read vio una migración de ángeles insatisfechos que podían contarse por millones, será preciso que se haya confundido, al menos subjetivamente, con fenómenos terrestres ordinarios, a pesar de prescindir para ello de la probable familiaridad que, mantenida durante veintiocho años, pueda tener Read con los fenómenos terrestres ordinarios.

Una carta del reverendo W. R. Dawes, que encontró unos objetos semejantes durante el transcurso del mes de setiembre, nos dice que se trataba de semillas flotando a impulsos del aire. Pero una comunicación de Read al profesor Baden-Powell disocia su observación de la de Dawes: niega haber visto flotar semillas dispersas. Había poco viento y los objetos venían del mar, de donde las semillas tienen poca oportunidad de provenir. Eran redondos, bien definidos, y no se parecían a cenizas de carbón. Cita una carta de C. B. Chalmers, de la Real Sociedad Astronómica, que observó el mismo desplazamiento, una procesión o migración, con la diferencia de que algunos cuerpos eran alargados, más bien flacos y voraces, que globulares.

Pero Mr. Read hubiera podido discutir durante sesenta y cinco años: no hubiera impresionado a nadie importante. La dominante de su época era el Exclusionismo, y la noción de semillas volantes se asimila, hechas todas las omisiones, con esta dominante.

Las escenas terrestres de ostentación y aparato deberían de parecerles del mismo modo a los observadores del espacio: las Cruzadas no serían más que nubes de polvo. Creo que era normal, en 1851, no ver más que semillas volantes, haya o no soplado el viento del mar. Creo que objetos iluminados de celo religioso se han mezclado, como en todas partes dentro de la intermediaridad, con los merodeadores negros y los seres grisáceos de mezquinas ambiciones. Quizá había un Ricardo Corazón de León aprestándose para restablecer los derechos de las poblaciones jupiterianas. Pero era muy conveniente, en 1851, tomarlo por una semilla de col.

Durante el eclipse de agosto de 1869, el profesor Coffin, U.S.N, observó a través de su telescopio el paso de varios copos luminosos parecidos a polvo de carbón, flotando en pleno sol. Pero el telescopio estaba regulado de tal modo que, si los objetos se apreciaban claramente delimitados, debían de hallarse tan lejos de la Tierra que las dificultades de la ortodoxia permanecerían independientemente de su identidad real. El profesor Coffin estimó que eran «claramente delimitados».

El 27 de abril de 1863, Henry Waldner observó cuerpos brillantes desplazándose de oeste a este; avisó al doctor Wolf, del Observatorio de Zurich, quien se convenció de la realidad de este extraño fenómeno y dio parte de una observación análoga realizada por el signore Capocci, del observatorio Capodimonte, en Nápoles, el 11 de mayo de 1845. ¿Las formas eran distintas, o eran diferentes aspectos de las mismas formas? Algunos cuerpos eran estrellados y dotados de apéndices transparentes.

Creo, en lo que me concierne, que eran Mahoma y su Héjira. O tal vez solamente su harén. Una sensación asombrosa, sin duda, la de flotar a través del espacio rodeado por diez millones de esposas. Pero tenemos una ventaja considerable en esta circunstancia: las semillas no se hallan en estación en el mes de abril. Aunque es cierto que míster Waldner emitió la opinión asimilativa de que se trataba de cristales de hielo.

Centenares de pequeños cuerpos, negruzcos esta vez, fueron observados por los astrónomos Herrick, Buys-Ballot y De Cuppis: otros atravesaron el disco lunar ante los ojos de Mr. Lamey: un número prodigioso de cuerpos opacos y esféricos fueron señalados por Messier el 17 de junio de 1777; en La Habana, el profesor Auber vio durante el eclipse de sol del 15 de mayo de 1836 un gran número de cuerpos luminosos alejarse del Sol en diferentes direcciones (Poey); Mr. Poey cita un caso idéntico el 3 de agosto de 1886, cuya causa atribuye Lotard a vuelos de pájaros; en 1885, M. Trouvelet vio pasar un gran número de cuerpecillos a través del disco solar, unos lentos, otros rápidos, algunos de los cuales de una estructura complicada, semillas, insectos o volátiles: M. Trouvelet declara no haber visto jamás nada análogo a estas formas; cuerpos luminosos y opacos atravesando el sol en el Observatorio de Río de Janeiro, de finales de diciembre de 1875 al 2 de enero de 1876.

Vista desde muy lejos, por supuesto, cualquier forma tiene tendencia a aparecer redondeada: pero voy a ocuparme ahora de datos sobre formas más complejas. En L'Astronomie M. Briguière señala la travesía del Sol, los días 15 y 25 de abril de 1883, en Marsella, por cuerpos de forma irregular, de los cuales algunos evolucionaban en alineación. El 8 de agosto de 1849, a las tres, por encima de Gais, en Suiza, sir Robert Inglis vio millares de objetos brillantes, parecidos a copos de nieve, en un cielo sin nubes. Pero, pese a que este despliegue no duró más que veinticinco minutos, ninguno de tales copos cayó al suelo. La criada de Inglis «creyó» ver que algunos de entre ellos poseían una especie de alas. Un poco más lejos, en el curso de la misma comunicación, en la página 18 del Report, sir John Herschel afirma recordar que en 1845 ó 1846 su atención fue atraída por objetos de considerable tamaño que atravesaban el aire: el telescopio los identificó como masas de heno de dos metros de diámetro, pero. pese a que sólo una tromba podía haberlas levantado, observó que el aire estaba en completa calma. «El viento soplaba, sin duda, en el lugar observado, pero no sentí bufido.» Si Herschel hubiera consentido en desplazarse un poco más lejos, o en señalar esta extraña aparición, su informe hubiera parecido, en 1845, tan desplazado como la aparición de una cola en un embrión en el estado de gástrula.

Algunos de entre nosotros tienen tendencia a imaginar a la Ciencia sentada en la calma y la serenidad del juicio exacto. Pero algunos datos, esto es evidente, han sido cazados a lazo y después linchados despiadadamente. Si una Cruzada de Marte a Júpiter se produce en otoño, se recurre a las «semillas.» Si una horda de vándalos celestes es observada en primavera, se hace referencia a los «cristales del hielo». Si una raza de seres aéreos, sin hábitat sustancial, aparece en el cielo de la India, se habla de «langostas».

... El fenómeno es tan conocido que cuando el teniente Herschel, observando el sol en Bangalore, en la India, los días 17 y 18 de octubre de 1870, vio sombras oscuras atravesar el sol -que eran luminosas antes de alcanzarlo-, y esto en un flujo ininterrumpido durante un período de dos días, se expresó como sigue en Monthly Notices, (16): «El vuelo ininterrumpido en un período de dos días, en número tan considerable, en las regiones superiores de la atmósfera, de animales que no abandonan un solo rezagado, es un hecho único no sólo en los anales de la Historia Natural, sino también de la Astronomía.» Cambiando en varias ocasiones la abertura de su diafragma, percibió alas, o al menos apéndices fantasmales. Uno de los objetos disminuyó su velocidad, planeó un poco, después volvió a partir a toda velocidad. Esto le impulsó a escribir, muy siglo XIX... «No hay duda: se trata de langostas o de moscas de un género especial.» Opinión acreditada, por otro lado, por la abundancia de vuelos de langostas en algunas regiones de la India.

Sigue ahora un caso extraordinario desde diversos puntos de vista, tanto si se trata de super-viajeros, de super-devastadores, de ángeles, de bribones, de cruzados, de emigrantes, de aeronautas, de elefantes, de bisontes o de dinosaurios volantes. Uno de estos objetos ha sido fotografiado y, sin duda, no se ha tomado nunca una foto tan sensacional.

L'Astronomie: En el observatorio de Zacatecas, en Méjico, el 12 de agosto de 1883, a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar, un gran número de cuerpos luminosos penetraron en el disco solar. El señor Bonilla telegrafió a los observadores de Méjico y de Puebla, donde no eran visibles. Visto este paralaje, el señor Bonilla localizó los cuerpos «relativamente cerca de la Tierra.» Pero en su lenguaje de astrónomo, tanto si se hubiera tratado de pájaros, de escarabajos, de un super-Tarmelan o del ejército de un celeste Ricardo Corazón de León, «relativamente cerca de la Tierra» significa «a menor distancia que la Luna». Uno de estos objetos fue fotografiado: el documento muestra un largo cuerpo rodeado de estructuras indefinidas, por el temblor de alas o de planos en movimiento.

L'Astronomie: el signore Ricco, del observatorio de Palermo, escribe que el 30 de noviembre de 1880, a las dos y media del mediodía, vigilaba el Sol cuando en una línea corta y también paralela, atravesaron lentamente su disco. Aquellos cuerpos le parecieron alados, pero eran tan grandes que le hicieron pensar en grullas. Consultados algunos ornitólogos, supo que el vuelo en líneas paralelas coincide efectivamente con el de las grullas. Esto ocurría en 1880: cualquiera en nuestros días sabe que es también una formación familiar a los aviones. Pero el ángulo de visión dejaba entender que estos seres u objetos se desplazaban a mucha altitud. El signore Ricco sostiene que los cóndores vuelan, a veces, a cuatro o cinco mil metros de altitud, y que las grullas han desaparecido a menudo a los ojos de los observadores ganando las regiones superiores de la atmósfera.

Estimo en terminos convencionales que no existe pájaro sobre esta Tierra que no se hiele mortalmente a una altitud de más de cinco mil metros. Y el signore Ricco estima que estos objetos, estos seres o estas grullas, se desplazaban por lo menos a ocho mil metros de altura...

capitulo 17.

...Una cosa enorme, negra como un cuervo, posada sobre la Luna. Es dato es de gran importancia, ya que obliga a aceptar, en un campo distinto, mi convicción de que cuerpos opacos de dimensiones planetarias atraviesan nuestro sistema solar. Sostengo que tales cuerpos han sido vistos, así como también sus sombras.

Una enorme cosa negra posada como un cuervo sobre la Luna. Hasta ahora no tenía más que un solo caso, es decir, un caso fácil de arrinconar. Pero Serviss habla de una sombra que Shroeter vio en 1788 sobre los Alpes lunares. Vio primero una luz; después, cuando esta región fue iluminada, observó una sombra redondeada allá donde se encontraba la luz. Digo que vio un objeto luminoso cerca de la Luna, que la Luna fue parcialmente iluminada, y que el objeto desapareció a sus ojos, mientras su sombra se retardaba detrás suyo. Por supuesto, Serviss se explica sobre esta cuestión, sin lo cual no sería el profesor Serviss. Es una pequeña competición en aproximaciones relativas de la realidad. Piensa que Shroeter había observado la sombra «redondeada» de una montaña, en la región iluminada. Se puede concebir, efectivamente, que una montaña pueda proyectar una sombra redondeada e incluso destacada, en la región iluminada de la Luna. Y estoy seguro de que el profesor Serviss podría explicar a su gusto por qué razón olvida el origen mismo de la luz. Sin lo cual no sería más que un aficionado.

Tengo otro dato, aún más extraordinario que esta cosa enorme, negra y posada como un cuervo sobre la Luna. Más circunstancial, de hecho, y provisto de ponderadas verificaciones, lo encuentro mucho más extraordinario que esta enorme cosa posada sobre la Luna, negra como un cuervo.

Mr. H. C. Russell, que de ordinario es tan enormemente ortodoxo como otro cualquiera, al menos así lo supongo, ya que escribe F.R.A.S. (miembro de la Real Sociedad de Astronomía) tras su nombre, cuenta en Observatory una de las historias más perversas, más extravagantes, de todas las que he exhumado. El y otro astrónomo, G. D. Hirst, se hallaban en las montañas Azules, cerca de Sydney, en Nueva Gales del Sur, y Mr. Hirst contemplaba la Luna. De pronto, vio lo que Russell denomina «uno de estos hechos tan extraordinarios que deben ser registrados en el mismo momento, incluso si ninguna explicación puede hacerlos aún comprensibles».
...la anotación siguiente de Russell: «Hirst vio que gran parte de la Luna estaba recubierta por una sombra tan oscura como la de la Tierra durante un eclipse de Luna. Era casi imposible resistir a la convicción de que se trataba de una sombra, incluso si no podía ser la sombra de ningún cuerpo conocido.»

Hay, por supuesto, una solución neutra, que vamos a examinar inmediatamente. puede suceder que la sombra observada por Hirst y Russell sea un eclipse del Sol, con relación a la Luna, causado por una bruma cósmica de algún tipo o por un enjambre de meteoros en apretadas filas o por la descarga gaseosa de un cohete. Por lo que a mí respecta, creo que toda sombra imprecisa es función de una intervencion imprecisa, y que una sombra tan densa como la sombra de la Tierra debe ser proyectada por un cuerpo más denso que las brumas o los enjambres. Y la información crucial subsiste: «Una sombra tan oscura como la de la Tierra durante un eclipse de Luna».

«Acontecimientos notables en el curso de un eclipse total de Luna, el 19 de marzo de 1848.»

Una carta de Mr. Forster, de Brujas, declara que en el momento del eclipse precitado, la Luna brilló tres veces más de lo que es usual para un disco lunar eclipsado. El cónsul inglés de Gante, que no sabía nada del eclipse previsto, escribió para señalar el color «rojo sangre» de la Luna. Otro astrónomo, Walkey, observó en Clyst St. Lawrence que a Luna se tornó «magníficamente iluminada, más bien teñida de un rojo intenso... La Luna estaba tan perfectamente iluminada como si no hubiera habido el menor eclipse».
Se dijo que una aurora boreal, ocurrida al mismo tiempo, había podido ser la causa de dicha iluminación, pero jamás se ha observado que una aurora boreal pueda tener efectos sobre la Luna.

El 19 de marzo de 1886, a las tres de la tarde, una oscuricad tan total como la de la medianoche se abatió sobre Oshkosh, Wisconsin. Siguió una desolación general. las gentes corrían en todos los sentidos por las calles, los caballos se encabritaban, las mujeres y los niños se refugiaban en las bodegas, sólo las luces de gas iluminaban las imágenes y reliquias de santos. Esta oscuridad duró de ocho a diez minutos, pasó de oeste a este, y fue seguida de una luz casi inmediata: poco después se señaló que, al Oeste de Oshkosh, se había producido el mismo fenómeno: «una ola de oscuridad total» había pasado de oeste a este.

El 17 de abril de 1904, en Wimbledon, Inglaterra, una oscuridad procedente de una región desprovista de humo, sin lluvia ni rayos, duró más de diez minutos. En las oscuridades de Gran Bretaña, se piensa inmediatamente en la niebla, pero el comandante Herschel, comentando el oscurecimiento ocurrido en Londres el 22 de enero de 1882 a las diez y media de la mañana, hasta el punto que los transeúntes podían oírse sin verse de uno a otro lado de la calle, declaró en Nature: «Es obvio que la niebla no fue la causa». Charles A. Murray, enviado británico en Persia, cuenta en el Annual Register, que el 20 de mayo de 1857 sobrevino en Bagdad «una oscuridad mas intensa que la de medianoche cuando no hay ni luna ni estrellas. Fue seguida de una luz roja y siniestra, como no he visto en ninguna parte del mundo».

Sobre estos concomitantes de los fenómenos de oscurecimento voy ahora a capitalizar Mi explicación será complicada y desmesurada, mi método será impresionista, pero utilizaré algunos rudimentos de Sismología Avanzada. Si una vasta masa sustancial, una superconstrucción, penetrara la atmósfera terrestre, aparecería algunas veces, según la luminosidad, bajo el aspecto de una nube luminosa. Me explicare más tarde sobre la luminosidad, pero no la incandescencia, de los objetos que penetran en la atmósfera terrestre. En torno a lo que puede surgir de los espacios interplanetarios intensamente fríos (algunas regiones, es cierto, deben ser tropicales), la humedad de la atmósfera terrestre se condensaría en una apariencia nubosa. En Nature S. W. Clifton, recaudador de aduanas en Freemantle, Australia Occidental, relata que envió al Observatorio de Melbourne el informe de la aparición de una pequeña nube negra de progresión lenta, que estalló en forma de una bola de fuego del tamaño de la Luna. Un meteorito de velocidad ordinaria no podría perecerse al vapor, pero objetos más lentos -lentos, digamos, como un tren de mercancías- podrían facilmente hacerlo.

Las nubes de los tornados han sido descritas tan a menudo como de apariencia sólida, que acepto a veces la idea de su efectiva solidez. A menudo se llaman tornados a objetos que se deslizan a través de la atmósfera terrestre, sin contentarse con engendrar vértices de succión, sino aplastándolo todo a su paso, levantándose y descendiendo a su vez, demostrando con ello que la gravitación no está de acuerdo con la opinión de los primitivos, desde el momento en que un objeto a poca velocidad puede, en lugar de ser atraído por la Tierra, alejarse de un solo salto.

He aquí un fragmento típico de descripción: «La nube rebotó contra la tierra como un balón»; «la nube rebotó contra el suelo, tocando la Tierra cada ochocientos a mil metros». O aún este pasaje muy evocador, que ofrezco a la Superbiología, rama de la Ciencia Avanzada que no abordaré, limitándome a lo que un término ilimitado define como «objetos»: «el tornado se retorció, saltó, remolineó como una gran serpente verde, mostrando una hilera de brillantes dientes». Lo encuentro demasiado sensacionalista. Puede que grandes serpientes verdes se arrastren a veces por la Tierra tragando algún bocado al azar en su excursión, pero se trata, como he dicho ya de un fenómeno superbiológico. Finley cita docenas de nubes de tornados que tienen, a mi parecer, toda la apariencia de objetos sólidos encerrados en el estuche de una nube. Pone de relieve que en el tornado de Americus, Georgia, el 18 de iulio de 1881, «la nube emitía un extraño vapor de azufre». Un viento no tiene razón de ser sulfuroso, pero un objeto de origen exterior puede permitirse este capricho. El fenómeno es descrito en la Monthly Weather Review como «un extraño vapor sulfuroso, ardiente, que mareaba a todos los que se le acercaban lo bastante como para respirarlo».

La explicación convencional de los tornados concebidos como efectos del viento es tan fuerte en los Estados Unidos, que prefiero buscar en otros lugares el relato de un objeto que, elevándose a través de la atmósfera, desafíe a la gravitación terrestre. El 7 de diciembre de 1872, los habitantes de King's Sutton, Banbury, vieron a una especie de rueda de heno atravesar el espacio, acompañada, como un meteoro, por fuego, una humareda densa y un ruido de ferrocarril . «Estaba tan pronto muy alto como muy próxima al suelo». El efecto fue el de un tornado: árboles y muros abatidos. El objeto desaparecio «de golpe».

Hay naturalmente objetos más pequeños: trenes descarrilados y grandes serpientes verdes, pero pienso que los grandes cuerpos opacos que se aproximan a la Tierra son luminosos, rodeados de nubes, y tiemblan tan fuertemente que afectan a la Tierra. Sigue entonces una caída de materias surgidas de este mundo y un levantamiento de materia terrestre hacia el mundo que se aproxima, o un intercambio de materias, conocido en Sismología Avanzada con el nombre de celestio-metátesis...

Un terremoto «precedido» por una violenta tempestad en Inglaterra, el 8 de enero de 1804; otro, «precedido» por un meteorito cegador, en Suiza, el 4 de noviembre de 1704; en Florencia, el 9 de diciembre de 1731, una «nube luminosa moviéndose a gran velocidad y desapareciendo más allá del horizonte»; en Suevia, el 22 de mayo de 1732, «el aire fue atravesado por espesas brumas, a través de las cuales se percibía una cálida luminosidad: varias semanas antes de la sacudida, se vieron en el aire globos de fuego»; el 18 de octubre de 1737, una lluvia de tierra en Carpentras, Francia; el 19 de marzo de 1750, una nube negra en Londres; en Slavange, en Noruega, el 15 de abril de 1752, una virulenta tormenta y una extraña estrella de forma octogonal; en Augermannland, en 1752, bolas de fuego surcando el cielo; numerosos meteoritos en Lisboa el 15 de octubre de 1755; «un globo inmenso» en Suiza, el 2 de noviembre de 1761; una nube oblonga y sulfurosa en Alemania, en abril de 1767; una extraordinaria masa de vapor en Boulogne, en abril de 1780; el cielo oscurecido por una niebla negra en Granada, el 7 de agosto de 1804; en Palermo, el 16 de abril de 1817, «gritos atravesando el cielo y amplias manchas oscureciendo el sol»; en Nápoles, el 22 de noviembre de 1821, «un meteoro luminoso siguiendo la misma dirección que la sacudida»; en Thuringerwald, el 29 de noviembre de 1831, una bola de fuego grande como la Luna apareció en el cielo; después, caso tras caso, «terribles tempestades», «caída de granizo» y «brillantes meteoros».

Hay muchos más ejemplos que indican la proximidad de otros mundos durante los terremotos. Anoto algunos: sacudida sísmica y aparición simultánea de un gran meteoro luminoso; sacudida sísmica, cuerpos luminosos en el cielo y caída de arena en Italia, los días 12 y 13 de febrero de 1870; meteoro luminoso, caída de piedras y temblor de tierra en Italia, el 2 de enero de 1891; algunas observaciones acerca del paso de un objeto luminoso acompañado de temblores de tierra en Connecticut, el 27 de febrero de 1883; temblor de tierra y globos luminosos en número prodigioso en Boulogne, Francia, el 7 de junio de 1779; «curiosa aparición luminosa en el cielo» durante el terremoto de Manila en 1863.

En el Canadian Institute Proceedings. el comisario delegado de Dhurmsalla cuenta una extraña combinación de acontecimientos ocurridos al tiempo del extraordinario meteorito de Dhurmsalla, recubierto de hielo. Algunos meses despues de aquella caída, se produjo una caída de peces vivos en Benares, una lluvia de sustancia roja en Furruckabad, una mancha sobre el disco solar, un seísmo, «una inusitada oscuridad de larga duración» y una aparición luminosa en el cielo, parecida a una aurora boreal Y, como apoteosis, un nuevo orden de fenómeno: visitantes.El comisario delegado escribió que la tarde siguiente a la caída del meteorito de Dhurmsalla, percibió luces, a1gunas de las cuales estaban muy proximas al suelo, apagándose y volviéndose a encender. Era el 28 de julio de 1860 y, sin embargo, este testigo declaró que las luces «no eran ni linternas ni fogatas, sino verdaderos resplandores celestes». Tengo una idea al respecto: intrusos invadiendo el territorio legal de alguien o de algo, agentes secretos o emisarios manteniendo una entrevista con algunos habitantes esotéricos de Dhurmsalla, exploradores venidos para una breve visita. Otro mundo se aproxima al nuestro, provoca sacudidas sísmicas, aprovechándose de la proximidad para enviar una mensaje que, destinado a un habitante de la India, cae tal vez en Ingaterra, dejando marcas semejantes a aquellas de la tradicion china (huellas de cascos en el suelo) en una playa de Cornualles.

Visitantes.

Mi confusión a este respecto es tan grande como antes, ya que no tengo ilusión de la homogeneidad. Un positivista reuniría todos los datos que parecen relacionarse a un único género de visitantes, prescindiendo friamente de todos los demás. Creo que hay tantos géneros distintos de visitantes extraterrestres como de visitances en Nueva York, en una prisión o en una iglesia: por ejemplo, en una iglesia hay también rateros.

Creo que un mundo o una vasta superconstrucción ha sobrevolado la India durante el verano de 1860. Puesto que, desde ninguna parte, algo cayó el 17 de julio de 1860 en Dhurmsalla. Sea lo que sea lo que este «algo» haya podido ser realmente, ha sido designado a menudo bajo el nombre de «meteorito», que me doy cuenta de haber adoptado a mí vez esta convención. Pero Syed Abdoolah, profesor de indostaní en la Universidad de Londres, escribió en el London Times que las piedras caídas «eran de formas y tamaños muy diversos, y algunas se parecían mucho a balas de cañón ordinarias después de ser usadas». Se trataba, pues, de objetos esféricos de metal. Y, la misma tarde, algo observó cuidadosamente Dhurmsalla y le expidió, en medio de resplandores llameantes, objetos recubertos de marcas indescifrables. Y pienso en seres y objetos que debieron resistir a su deseo de aterrizar, al igual que los aeronautas, a una cierta altitud, deben resistir al deseo de ascender más arrlba. Tal especulación no contradice en absoluto, salvo para los positivistas, mi idea de algún otro mundo que intenta establecer comunicación con algunos terrestres esotéricos gracias a un codigo de símbolos impresos en la roca. Pero, para la mayor parte de mis datos, pienso en super-objetos que atraviesan el cielo sin manifestar mas interés por la Tierra que el que los pasajeros de un transatlántico manifiestan por las profundidades oceánicas. Algunos pueden, ciertamente, pensar mucho en este tema, pero ver prohibida toda exploración por las necesidades comerciales del horario. Finalmente, pueden haber pruebas de tentativas supercientíficas para investigar los fenómenos terrestres, tal vez organizadas por seres tan lejanos que desconocen incluso si alguien tiene derechos legales sobre el planeta.

En el Observatory se cita que, de acuerdo con un periódico, el 6 de marzo de 1912 los habitantes de Warmley, Inglaterra, se vieron grandemente sorprendidos por lo que creyeron era «un aeroplano espléndidamente iluminado sobrevolando la ciudad». Avanzaba a toda velocidad en dirección de Bath a Gloucester. Se trataba, dijo el redactor, de una gran bola de fuego con tres cabezas. «Es preciso -dijo- estar preparado a todo en nuestros días...»

Un corresponsal de Nature en el condado de Wicklow, en Irlanda, vio, a las seis de la tarde, un objeto triangular atravesar el cielo. Era de color oro amarillento, se parecía a la Luna en su creciente de tres cuartos y, evolucionando lentamente, tardó cinco minutos en desaparecer tras una montaña. El redactor de la publicación estima que debía tratarse de un globo escapado.

En Nature el meteorólogo F. F. Payne vio, en el Canadá, un gran objeto en forma de pera atravesar el cielo. Al principio lo tomó por un globo, ya que «su contorno estaba claramente definido; pero, no viendo canastilla, concluí que debía tratarse de una forma curiosa de nube». En seis minutos, el objeto se hizo más desvaído, sin duda por efectos de la distancia: «ya que la masa se hizo cada vez menos densa y después desapareció». No había ninguna formación ciclónica en los alrededores.

El 8 de julio de 1898, un corresponsal de la revista vio, en Kiel, un objeto celeste enrojecido por el sol, grande como un arco iris, a una altura de doce grados: «estuvo brillando durante cinco minutos, después se esfumó rápidamente, permaneció de nuevo casi estacionario y finalmente desapareció, todo en el término. deocho minutos».

El 27 de agosto de 1885, a las ocho y media de la mañana, Mrs. Adelina D. Basset observó en las Bermudas «un extraño objeto que procedía del sur en medio de las nubes». Llamó a su amiga, Mrs. L. Lowell y ambas vieron, no sin alarma, el objeto de forma triangular, parecido a una vela de bote, y del que pendían cadenas, mostrar intenciones de aterrizar, para alejarse después por encima del mar y desaparecer finalmente muy alto entre las nubes.

Charles Tilden Smith escribio en Nature, que en Chisbury, en el Wiltshire, Inglaterra. el 8 de abril de 1912, vio en el cielo «algo distinto a todo lo que había visto antes, pese a que desde hace muchos años había estudiado el cielo en todos sus aspectos». Vio dos manchas estacionarias ¡sobre nubes que avanzaban rápidamente! Eran en forma de abanico triangular y de distintos tamaños, pero conservaron la misma posición mientras nube tras nube pasaban por debajo de ellos; y esto duró una media hora. Terminó por pensar «que se trataba de una sombra proyectada sobre una pantalla de nubes por un objeto invisible situado al oeste, y que interceptaba los rayos del sol». En la página 244 del mismo volumen de Nature, otro corresponsal confirma esta opinión.

En Lebanon, Connecticut la tarde del 3 de julio de 1882, dos formas luminosas triangulares fueron observadas en el borde superior de la Luna. Desaparecieron, y dos sombras triangulares fueron observadas tres minutos más tarde en el borde inferior. Se acercaron una a otra, se confundieron y desaparecieron.

El 8 de abril de 1913, en Fort Worth, Texas, descripción de la sombra en el cielo de un objeto invisible, que se supuso era una nube, y que se desplazó con el sol poniente.

Del Rept. Brit. Assoc: Dos observadores vieron durante seis noches un objeto triangular atravesar el cielo, a un considerable paralaje. Estaba muy próximo a la Tierra.

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